Piper, uno de los cortos más bonitos y entrañables de Disney
Son 6 minutos. Seis minutos de una vida. Seis minutos que merece la pena invertir en disfrutar del corto más tierno de Pixar-Disney. Porque sí, Piper es uno de los cortos más entrañables de la fábrica de contenido audiovisual Pixar.
En estas imágenes nos cuentan una historia que podría ser la historia de vida de cualquiera de nosotros en cualquier momento de nuestra existencia. Superar nuestros miedos y nuestra comodidad nos brinda, siempre, una maravillosa perspectiva de la vida.
Sin embargo, no es fácil. Los peligros vitales reales son intensos. Los peligros imaginarios, más. Cuando ambos se entremezclan tenemos una mezcla explosiva que nos limita. Sin duda este es un aspecto que merece nuestra reflexión…
Piper, el corto que revoluciona nuestra ternura
Érase una vez un pequeño pajarillo al que su mamá pretendía enseñar a alimentarse por sí mismo. Sin embargo, el miedo a lo desconocido provocó unos inicios complicados en el entrenamiento de supervivencia versión mamá.
Su miedo lo mantuvo hambriento hasta que la casualidad o el destino hicieron que se topara con un magnífico instructor en forma de cangrejo ermitaño. Este le procuró una perspectiva distinta de su vida y de la destreza que debía adquirir…
https://dailymotion.com/video/x500e73
Un corto que nos brinda dos importantes mensajes para nuestra vida
Didáctico para los pequeños y para los no tan pequeños, Piper encierra dos mensajes clave: la importancia de superar los miedos y la necesidad de dejar a nuestros niños espacio para cometer errores y salir de ellos por sí mismos.
Probablemente si nos miramos al espejo y no nos paramos a observarnos no veamos que constantemente nos convertimos en pajarillos mojados y atemorizados por las olas. Sin embargo, lo somos.
Somos pajarillos mojados que no tienen muy claro el camino de su vida. Al igual que el protagonista del corto, nos sentimos vulnerables ante lo desconocido y nos frenamos a la hora de dar un paso más que nos permita avanzar.
Pero lo cierto es que estamos hechos de esperanzas y de valentía, lo que nos ayuda a hacer frente a nuestros temores y dificultades. Solo crecemos cuando nos autoconvencemos de la necesidad de sentirnos incómodos durante aún tiempo. Lo que anhelamos o necesitamos está lejos de las cuatro paredes emocionales de nuestra comodidad, seguridad y certidumbre.
- La zona de pánico está nada más atravesar el umbral de la puerta de salida de nuestras cuatro paredes. Aquí te dicen y te dices: “no lo hagas”, “vas a fracasar” , “el riesgo de estrellarte es enorme y pueden pasarte cosas horribles”.
Transitando esta zona aprendemos que la única forma de que cultivar un jardín lleno de flores maravillosas es rompiendo con los convencionalismos que nos autoimponemos como personas y como sociedad.
- La zona mágica está un poco más allá de la zona de pánico. Es aquí donde aparecen las cosas maravillosas, donde agrandamos nuestros sueños y conseguimos superarnos. Cuando estamos aquí es probable que tengamos muchos miedos.
Por ejemplo, seguramente nos invada de repente un miedo inmenso por haber perdido nuestra zona de confort pero luego nos daremos cuenta de que no es así; nuestra zona de confort no ha sido eliminada del mapa sino que ha crecido.
Por otro lado, el director del corto, Alan Barillaro, ha asegurado que todos podemos aprender de el precioso pajarillo y de su mamá. Una mamá que brinda a su retoño el espacio necesario para cometer errores, arrepentirse y aprender mil maneras de no hacer las cosas.
Todo esto lo ofrece a través de su apoyo incondicional pero no directivo. Es esencial dejar a nuestros niños crecer y cometer sus propios fallos sin merodear a su alrededor.
Todos hemos sido, somos y seremos pajarillos asustados en algún momento. Sin embargo hay una cuestión que queda clara como constante en el ser humano: todo en la vida es potencialmente significativo, pues hasta del sufrimiento obtenemos un aprendizaje ineludible para transitar por el camino que elegimos recorrer.
MEDITAR NO ES QUEDARSE SENTADO.
Se suele idealizar la meditación.
Las investigaciones desarrolladas en los últimos 30 años han mostrado que la salud se relaciona con la integración armoniosa de cuerpo y mente.
Ver. Vemos a través del filtro de nuestros pensamientos y emociones. Así, un determinado paisaje nos puede resultar agradable o desagradable. Nuestros ojos buscan unos objetos y no quieren ver otros. La práctica meditativa a través de la vista, se centra en ver todo lo que hay, sea cual sea su efecto. En último término se experimenta una fusión empática entre el observador y lo visto. No se juzga, no se etiqueta.
Oír. El oído es quizá el primero y más importante de los sentidos, pues es el primero en ponerse en marcha y relacionarnos con el exterior. En la meditación escuchamos sin más, sin explicarnos o comprender el origen de cada uno de los sonidos que apreciamos. Simplemente se producen y se desvanecen.
Tocar. La piel es el límite entre lo interior y lo exterior. En la práctica de la atención plena, la observación de las sensaciones que proceden de la piel refuerza la conexión de la mente con el cuerpo y con el mundo exterior. Nos ayuda a reconocernos aún más.
Oler. Los olores casi siempre nos remiten a experiencias pasadas y que normalmente los asociamos a una emoción positiva o negativa. Buen momento para dejar partir aquellos recuerdos que nos impiden avanzar.
Degustar. La ansiedad, la prisa, la distracción con los propios pensamientos nos llevan a deglutir los alimentos sin apreciar apenas los sabores. Comer es una excelente oportunidad para practicar la meditación. ¿Podemos distinguir con los ojos cerrados cada uno de los ingredientes de la comida?
Lo que he aprendido en la vida
He aprendido que por mucho que me preocupe por los demás, muchos de ellos no se preocuparán por mi.
He aprendido que puede requerir años para construir la confianza y únicamente segundos para destruirla.
He aprendido que lo que verdaderamente cuenta en la vida, no son las cosas que tengo alrededor sino las personas que tengo alrededor.
He aprendido que lo más importante no es lo que me sucede sino lo que hago al respecto.
He aprendido que hay cosas que puedo hacer en un instante que ocasionan dolor durante toda la vida.
He aprendido que es importante practicar para convertirme en la persona que yo quiero ser.
He aprendido que es muchísimo más fácil reaccionar que pensar…y más satisfactorio pensar que reaccionar.
He aprendido que siempre debo despedirme de las personas que amo con palabras amorosas; podría ser la última vez que los veo.
He aprendido que puedo llegar mucho más lejos de lo que pensé posible.
He aprendido que soy responsable de lo que hago, cualquiera que sea el sentimiento que tenga.
He aprendido que, o controlo mis actitudes o ellas me controlarán a mi.
He aprendido que aprender a perdonar requiere mucha práctica.
He aprendido que por bueno que sea el buen amigo, tarde o temprano me voy a sentir lastimado por él y debo saber perdonarlo por ello.
He aprendido que no siempre es suficiente ser perdonado por los otros; a veces tengo que perdonarme a mi mismo.
He aprendido que por más apasionada que sea la relación en un principio, la pasión se desvanece y algo más debe tomar su lugar.
He aprendido que con los amigos podemos hacer cualquier cosa –o no hacer nada– y tener el mejor de los momentos.
He aprendido que simplemente porque alguien no me ama de la manera en que yo quisiera, no significa que no me ama a su manera.
He aprendido que la madurez tiene más que ver con las experiencias que he tenido y aquello que he aprendido de ellas, que con el número de años cumplidos.
He aprendido que la verdadera amistad –y el verdadero amor– continuan creciendo a pesar de las distancias.
La felicidad es cuestión de alquimia interior
Hace un tiempo escuché a Álex Rovira explicar que, mientras preparaba su estudio sobre La Buena Suerte, entrevistó a muchísimas personas -afortunadas y desgraciadas- y les preguntó por sus vivencias pasadas. Me sorprendió a mí tanto como a él el descubrir que la mayoría de las personas exitosas, felices, con una vida que podríamos considerar plena, habían pasado -en la mayor parte de las ocasiones- por experiencias mucho más dolorosas y traumáticas que aquellas que decían haber tenido mala suerte. La pregunta que se hacía este prolífico escritor y conferenciante era de sentido común: si la diferencia entre la Buena Suerte y la mala suerte, entre la felicidad y la desesperanza, no se encuentra en lo que nos sucede… ¿Dónde se encuentra?
Y su conclusión coincide con la que -sin una base empírica como la suya, sino meramente intuitiva o vital- tenemos tantos otros: el punto de inflexión que conduce a la felicidad o a la desgracia no radica en lo que nos acontece, sino en nuestro modo de interiorizarlo, en nuestra manera de digerirlo, en cómo lo integramos en nuestra vida. Nuestra percepción transforma nuestra experiencia.
Como decía Dale Carnegie, “dos hombres se asomaron a los barrotes de su prisión; uno vio el barro, el otro las estrellas”.
Y tú, ante una crisis, ¿qué ves? ¿El peligro o la oportunidad?
Trabaja sobre ti mismo, sobre tu interior… Y descubrirás que -al hacerlo- aunque nada cambie, toda habrá cambiado… Porque tú serás otra persona, y afrontarás las circunstancias y los acontecimientos de un modo nuevo, creativo y distinto, con esa alquimia del alma que sabe producir el oro que se oculta tras toda experiencia, por muy oscura que ésta parezca.
Así que, como dice la canción: “Don’t worry, be happy”.